Emma, la dama del bosque

Terca en una batalla sin cuartel desde Puerto Prado (Loreto), Emma Tapullima es una de las pocas mujeres del Perú que lidera su comunidad nativa y, a la vez, dirige una iniciativa de conservación. ¿Su misión? Evitar que el bosque caiga. ¿Su paga? La vida misma.

Emma Tapullima debe pertenecer a una estirpe de mujeres venidas de algún planeta temerario donde el miedo es una palabra devaluada, la pena no encuentra recodo y siempre ellas están dispuestas a batallar.

La locura de la fiebre cauchera se la contó su madre. En su morra construyó imágenes sobre la esclavitud de indígenas, la matanza de comunidades y la malicia de capataces inmorales mandados a traer desde el Caribe.

Ella no conoció a Julio César Arana (1864-1952), el político y empresario que depredó el árbol de hule, pero las secuelas de la barbarie amazónica que dejó las vivió en carne propia con otros depredadores: los taladores de árboles y los cazadores furtivos.

Su mismo pueblo, la pujante comunidad loretana de Puerto Prado –a 25 minutos de Nauta en peque peque– tuvo que hacer maletas tres veces por culpa de la insania taladora. Desmantelaron sus casas, desarmaron malocas, desengancharon hamacas y renunciaron a sus sueños las tres veces que los traficantes les tumbaron los bosques y los amenazaron con escopetas.

Un nuevo inicio

Sin embargo, la última vez que se mudaron, las doce familias que conforman esta comunidad al pie del río Marañón, llegaron a un acuerdo: ya no más embalajes. Decidieron defender sus bosques y pelear con uñas y dientes contra motosierras y machetes migrantes. Esa lucha terca contra lo que parecía una derrota inminente, fue lo que inspiró y contagió a sus paisanos.

Comprendieron que habían encontrado a la comandante de sus sueños comunitarios: Emma asumió el mando de Puerto Prado con la solvencia de su ADN guerrero y con lo aprendido a punta de puro esfuerzo. Pero ahí no quedó la encargatura. Conscientes de que debían proteger sus bosques y que no llegarían policías para espantar bellacos, la comunidad inició en 2014 el proceso para que el Ministerio del Ambiente (Minam), los certifique como Área de Conservación Privada o ACP. Bajo el matriarcado de Emma lo consiguieron y lo bautizaron como “Paraíso Natural Iwirati”.

El tesoro que cuidamos

En el Perú, los bosques que no son santuarios, reservas ni parques naturales, siempre estuvieron a punto de ser rebanados por motosierras ilegales o pulverizados con dinamita para los pozos petroleros.

Para no repetir la infeliz historia cauchera de comienzos del siglo XX, el Estado peruano registra como su pinito ecológico la creación de la primera zona reservada en Pacaya y Samiria, en la década de 1940. Sin embargo, recién en 1961 se crea el primer Parque Nacional. Más de 8,200 hectáreas de bosque cajamarquino, en Cutervo, se pusieron a buen recaudo de machetes y serruchos.

A la fecha, el Perú cuenta con 216 áreas naturales protegidas, entre las que destaca la figura del ACP. ¿Y por qué? Porque son bosques privados cuyos dueños decidieron protegerlos y ofrecerlos al mundo sin esperar nada a cambio. Nada.

Una sabia y solidaria decisión que en Puerto Prado la tomaron cuando el ronquido de los motores amenazaba con una cuarta diáspora. Cuando la lluvia se ausentó durante meses y la tierra comenzó a abrirse en cuajos –señal que algunos lugareños advirtieron como el inicio del fin del mundo–, la decisión de cuidar sus bosques ya no tenía punto de retorno.

Laureles para Emma

Pero lejos de discursos apocalípticos, en Puerto Prado, Emma Tapullima dio orden de inamovilidad a la codicia: el bosque sería para todos. Su espíritu y vitalidad le permitieron desarrollar, además, una serie de acciones en favor de la naturaleza. Esta praxis y consecuencia le valió en 2013 el Premio Nacional de Ciudadanía Ambiental en la categoría ‘Tradiciones Ambientales’, del Minam.

Hace poco, invitada por la Cámara de Comercio de los Pueblos Indígenas del Perú y por Amazónicos por la Amazonía (AMPA), participó como ponente en el foro ‘Mujeres indígenas y emprendedoras’. Y aunque su discurso fue pensado en cocama (lengua indígena), la lideresa tuvo que utilizar el castellano para que todos entiendan.

Habló de la experiencia del Bosque de los Niños (Boni) donde los pequeños aprenden a valorar la selva y su despensa hídrica, medicinal y alimenticia. Contó sobre las maravillosas artesanías que los turistas de los cruceros se llevan anonadados; sobre los delfines rosados que chapotean en el Marañón y sobre las victorias regias que adornan la cocha de ingreso a Puerto Prado.

Sus bosques lucen ahora recuperados, los animales retozan sin temor a los escopetazos y su pueblo ha revalorado su identidad. Ahora luce limpio, pintadito y ordenado. Es un nuevo Puerto Prado y todo indica que allí, el matriarcado de Emma (una sana dictadura de género a la que nadie parece oponerse) tiene para rato. (Martín Vargas).

Fuente: El Peruano